miércoles, 26 de septiembre de 2007

Estos dioses irresponsables de nuestro tiempo

Los estadounidenses son tremendos. Y no lo digo por esa costumbre de hacer el indio de alguno. Ni tampoco por retener a Ramón Calderón, el presidente del Real Madrid, que estuvo a punto de merengue entre tanto policía con la porra subida de tono en las fronteras de Nueva York. Hoy –como buen cristiano- me quedo con un senador estatal de Nebraska. Ya quisiéramos aquí en el solar patrio unos cuantos al uso que animaran las Cortes, que Inasagasti está demasiado sólo y se nos puede deprimir.
Ernie Chambers, que así se llama nuestro héroe, ha presentado una demanda judicial contra Dios, al que ha acusado de ser el responsable de todas las “nefastas catástrofes” que en el mundo han sido. Y sepan, que si lo traigo a este sitio de ibéricos resabiados y concentrados es porque, siendo como fue este lugar en el que vivimos reserva espiritual de Occidente, el todopoderoso podría seguir entre nosotros. Aunque también es verdad que aquí Dios fue otro, el que nos llevó a la OTAN y a otras veleidades intercontinentales, el mismo que asesora al ex de la niña de la Duquesa, ese muchacho que sabe hacer casi de todo en televisión además de marcar tableta de chocolate. ¿Pero acabaría ya su formación USA? Formación de usar y tirar, deberíamos decir. No hay nada como tener buenos padrinos.
Dice Chambers, el de Nebraska, que ha intentado convocar al susodicho –a Dios, no al niño- con invocaciones del tipo “manifiéstate, manifiéstate, donde quiera que estés”, pero sin éxito. Si se hubiera puesto en contacto con el equipo Hepta de estudios paranormales (¿Lo coge? para normales) otra gallina le cantaría. Es lo que pasa con no saber.
Chambers demanda del jefe responsabilidades porque ha provocado “muertes generalizadas, destrucciones y ha aterrorizado a millones y millones de habitantes de la tierra, incluidos bebés inocentes, niños, ancianos y enfermos, sin ninguna distinción”. Ernie debe creer que este dios es el reflejo de su nación en el mundo. Su señoría dice que hay “varias religiones, denominaciones, y cultos que, de manera notoria, reconocen ser agentes del demandado y hablan en su representación”. Sobra darse una vuelta para saber que eso por lo menos es verdad. Y lo otro igual también.
Fíjense que hasta nuestros Príncipes creen en estas cosas y llevaron a su niñita para presentarla ante Nuestra Señora de Atocha, una virgen muy borbona, siguiendo una tradición que empezó con Isabel II. Servidor, tan monárquico como Mercedes Milá, por el bien de la monarquía sólo espera que la infantita no herede las inclinaciones de la tal y vaya por la vida real tan ligera de bragas como cuentan los libros de historia que fue aquella reina.
Quien cree en dios firmemente es don José María Ruiz-Mateos, que anda, desde que el diocesillo del OTAN sí y el maridito de la Preysler metieran mano en su panal de rica miel, en el intento de sacar a flote una Nueva Rumasa, un ente que lo compra todo o casi todo, y que además, por eso de los milagros, o por el trabajo diario de este singular aprendiz de Superman-pastelero y familia, ha mostrado su interés por comprarse el Northern Rock, el quinto banco hipotecario del Reino Unido, en venta tras estar seriamente afectado por la crisis financiera. Serán ganas de enredarse a su edad. Y eso que dijeron que estaba alicaído. Será que doña María Teresa Rivero, musa de mi devoción y la presidenta futbolera más genuina del fútbol mundial, le prepara unas berzas que dejan en pañales al Activid. Amén.

Paz interior, veinte euros
Casi otro dios de nuestro tiempo es el Dalai Lama, mandamás y señor de una reserva feudal que incluye todavía siervos y otras lindeces escasamente democráticas en un casi estado político espiritual que queda más o menos en el Tibet. Este mensajero estuvo en Barcelona en plan Alejandro Sanz y convocó en el Palau Sant Jordi, a veinte euros la entrada, a lo más selecto de la capital de Montilla. Daba gusto estar en el sitio, qué paz interior se respiraba en el ambiente, una gozada que los insensibles como servidor sólo encontramos en los anuncios de champú.
El Dalai estuvo además en el Parlament y puso pañuelos blancos a cuanto bicho y bicha se dejó. “Cataluña y el Tíbet se parecen”, dijo. Pero yo todavía no me he aclarado si lo decía por los colores de la señera catalana y por las túnicas azafrán, o si se refería porque están sometidos a un estado central. Tendré que investigarlo, que estas cosas no se dicen así como así. Igual, ese amago de volver a empezar de don Jordi Pujol tiene algo que ver con todo esto. Serán las cosas de tener un tercer ojo en el sitio.

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