sábado, 11 de agosto de 2007

Lady Di o aquella pobre enferma de mitomanía

Diana Spencer, que ahora, si no hubiera muerto, asesinada –como dicen algunos y es que en accidentes de tráfico sólo muere la gente normal- para evitar que el próximo Rey de Inglaterra (Pobre Carlos, ¿reinará alguna vez?) tuviera un padrastro musulmán heredero de una tienda de bragas y otras golosinas mundanas, tendría 46 años o quién sabe si no se la habría comido la depresión, la anorexia o el marketing real, que todo podría haber pasado. Una pena la de su divorcio y otra la de su muerte; nos perdimos la conversión de Buckingham en otro Mónaco. Nunca sabremos qué habría hecho Isabel II de Gibraltar, esa santa.
Sus niños no hace mucho que se reunieron con lo más selecto de la Corte de su graciosa y retratada majestad para recordar al mito que fue mamá con un concierto. “Esta velada reúne todos los ingredientes que nuestra madre adoraba en su vida: la música, el baile, sus actividades benéficas, su familia y sus amigos”, dijo Guillermo (y les puedo asegurar que ni él ni su hermano estaban ebrios, aunque les extrañe) ante una multitud embargada por la emoción y reunida en el estadio londinense de Wembley, y entre la que destacaba entre más, sin saber muy bien qué hacía mente tan selecta entre la masa, el marido pelotero de Victoria, la repija, que ahora, con look de muñequita posyeyé, se parte el culo de fiesta en fiesta en los Estados Unidos de Ámérica, como promocionando el retorno de las brujas, de las Spice quería decir, esa colección de muñequitas de plexiglás entre las que Vicky despunta por arriba y por los pelos, los poquitos que peina, eso sí, con estilista de pago. Para que vean que aspiro a la presidencia de su club de fans, el día que quieran les paso el discurso que tengo escrito por si llega la elección. Por lo pronto me compraré ese disco que todavía no ha salido –de salidas está Hollywood lleno- pero que seguro que ya está a punto de ser por lo menos de platino.
La cuestión es que después de meterme en vena dos programas y medio de “Nadie es perfecto”, que presenta ese súper hombre –y no se rían, que es por el genérico- que es Jesús Vázquez, me he ido al psiquiatra y le he confesado que de este verano no pasa que visite la tumba de aquella musa caída del siglo XX y le rece una barbie maría. Yo, a punto del fatídico aniversario como estamos –en todos los medios están por sacar sus conservar para contarnos lo que fue de aquella princesa bobalicona y cornuda-, les puedo decir que se me ha aparecido la tal sobre la portada del disco de Elton John que preside mi retrete para ayudarme en los momentos difíciles, aunque una buena voz tampoco implica mucho más. Y si no que le pregunten a Sonsoles, la corista anónima de La Zarzuela. Y ahora –incendios mediante- de Doñana, otra reserva nacional cerca de la que se esparcieron las cenizas de Carmina Ordónez, otro mito, otra muerta.
Pero no se preocupen, mi psiquiatra –no les digo su nombre porque detesta ser famoso- me lo ha aclarado todo y me ha asegurado que nuestro mundo está lleno de ídolos que no tienen mérito para serlo. Y que los verdaderamente importantes, los guays del Paraguay, andamos –como servidor- escribiendo entre los renglones torcidos de la tierra. Otra cosa es que mi psiquiatra, en cuanto cruzo la puerta, se cuelga del la red buscando clientes en la “Second life”. Y los encuentra, de veras, palabra de periodista, aunque eso, ya me dirán, con la que está cayendo.

El recuerdo de su show
Claro que ustedes con razón se preguntarán qué hace esta reina de corazones, por la difunda (q.e.g.e.), en esta reserva ibérica. Aunque deberían saber que Diana, al margen de su bodorrio real, era un mito de esos que superan las fronteras, y que si aquel 31 de agosto ya aciago, no hubiera puesto el culo donde lo puso, o su boquita de princesa destronada donde no debía, igual, el puente de Alma sería uno de los tantos de los que cruzan el río Sena a su paso por París y el lugar no se habría convertido en santuario de tontainas y peregrinos del corazón. Y además si viene a este recóndito lugar de una revista tan seria, es porque deben recordar que cuando la princesa quería olvidarse un poco de todo, se cogía un par de amigotas de la infancia, y se plantaba de incógnita en la Marbella pre Malaya, se ponía de cerveza hasta la raja, se tiraba –o se tiraban- a un hamaquero (los del oficio más viejo del boom turístico tienen mucho éxito entre la aristocracia) y volvía a casa escocida y con la moral más subida que los tipos de interés. Y así hasta la gloria.

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