jueves, 8 de marzo de 2007

Los amores malayos

Mientras Julián, el camarero de Cantora, se derrite envenenado –pensemos que de amor- entre los olivares de Jaén, la dulce Isabel se desgañitaba, con el permiso de Chelo García Cortés, por los teatros del mundo; claro que sólo cuando el tobillo se lo permite. Hasta Putin puede llevar una foto dedicada en la cartera.
Ya hemos dicho alguna vez que esta gitana de Triana se mueve por amor. La mañana en la que la policía se coló en su nido de amor, la tonadillera creyó, tan flamenca como siempre, que aquello sería una salida por peteneras y que su Julián, el hombre que la había enamorado y nombrado embajadora de corrupción en Marbella, estaría en poco tiempo de nuevo entre sus brazos y sus hipotecas.
Cuando los enviados del juez Torres llegaron a casa de Isabelita García Marcos ella no estaba. La musa de la decencia y la honestidad, que en las noches del Missisipi de Pepe Navarro mientras la Veneno enseñaba sus abundantes tetas de silicona y plexiglas, se anunció como el azote del difunto Gil, del padre y del partido, retozaba sobre una mullida cama en las frías mañanas de Rusia en los brazos de un estrenado amor. El azote peliteñido, la Chanel nº 2, acababa de casarse seguramente con la muñeca Barbie de testigo. Tan legal, tan desprendida, tan justiciera, no pensó que en su luna de miel se le terminaría cortando la buena leche, porque la mala ya era marca de la casa.
Cuando los guardianes de la justicia llamaron a la casa embargada de Marisol Yagüe, la corista de antaño y rociera de armas tomar, estaba convaleciente de una operación de reajuste de las grasas y las tripas a lo Chanel número 1. La señora Marisol ajustaba su maltrecho cuerpo de mujer normal a los nuevos hábitos que el cargo le demandaba. Una pena que le durara tan poco. Con el puesto le llegó a su corazón de proletaria de la política local un armario con pinta de macho-man, que en una declaración de celo profesional se mostró dispuesto a guardarle la espalda y los huecos que hiciera falta. Así se aseguraba de que nadie le ocultaría un micrófono dios sabe dónde. Mujer agradecida, le arregló un buen sueldo a su ex y lo dejó disfrutar de la vida en un despacho con vistas de la Casa Consistorial. Emiliano Rodríguez, que así se llamaba y se llama el guarda-todo de la corista, le quitó las pelusillas y el polvo cuentan que en el asiento trasero del Audi municipal. Ella, ¿tan inocente como el primer día?, creyó que lo que Emiliano tenía entre las piernas era lo más duro que le quedaba por conocer. Se equivocó.

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